15 septiembre 2006

Reseña: Corrupción en Miami

El cine no es algo matemático. En teoría, si se junta una buena historia con unos técnicos de primer orden y un reparto de calidad bajo el mando de un director con pulso, el resultado debería ser bueno. Sin embargo, en ocasiones se da esa conjunción de factores y, sin embargo, el producto es decepcionante.

Este es el caso de Corrupción en Miami, la última película de Michael Mann. No se le puede negar a Mann su capacidad de riesgo. Podría haber oficiado un remake de la serie original que apelara a la nostalgia fácil. Pero en su lugar ha optado por un planteamiento totalmente alejado del mítico programa televisivo. Tan alejado, de hecho, que uno se pregunta qué sentido tiene hacer una versión de algo que no se parezca en nada al original (salvo los nombres de los personajes); para eso, mejor hacer algo totalmente inédito y así no correr el riesgo de frustrar las expectativas de los aficionados de la serie, que es lo que ha pasado aquí.

Un problema que le veo a la película es el brusco cambio de ritmo que da tras su vertiginosa primera media hora. Hasta ese momento, la película es estupenda, hilvanando de manera veloz una trama criminal que logra crear una gran sensación de urgencia y nerviosismo. Sin embargo, cuando Sonny Crocket (Colin Farrell) decide seducir a Isabella (Gong Li), la cosa se va al traste, y el atractivo thriller policíaco que estábamos vendo se trastoca en un intento de historia de amor apasionado que resulta exagerado, ridículo y, lo que es peor, no logra calar en el espectador.

Y es que su planteamiento es bastante patético. Él la sube en su superlancha fuera borda y la invita a tomarse un mojito. Ella le responde que deberían ir a la Bodeguita del Medio, en Cuba. Él se sorprende y dice no tener el pasaporte encima. Y ella zanja la cuestión diciendo: “No te preocupes, mi primo es el encargado del puerto”. Toma ya réplica inteligente. Lo siguiente son planos de un Colin Farrell conduciendo su lancha a todo meter con mirada de “joder, qué intenso soy”, ante los cuales el espectador debería sentir el embargo y la emoción que siente cuando en otras películas el muchacho se lleva al muchacha en su caballo hacia la puesta de sol. Sin embargo, yo, al ver ese pedazo de lancha dando botes por el mar, lo único que pensaba era “qué mareo, espero que se hayan llevado una biodramina”. Puede que el problema es que soy poco sentimental, pero esa escena es un ejemplo de cómo querer ser el novamás del romanticismo desatado y quedarse en un cursi fantasmilla.

Desde el punto de vista técnico, la cinta es innovadora porque apuesta por la utilización de cámaras de video de alta definición para las escenas nocturnas. Para empezar, ofrecen una gran comodidad a la hora de rodar porque al parecer pesan mucho menos que una cámara de celuloide, y además no precisan que haya tanta luz de ambiente. El resultado es una imagen de menos calidad que la de celuloide, pero con un aspecto muy peculiar, más cercano a la televisión que al cine. Mann ya la empleó en algunos minutos de su cinta Collateral, con lo cual consiguió otorgar a las imágenes nocturnas de Los Angeles de un curioso aire irreal.

En Corrupción en Miami, el uso de estas cámaras es extensivo, y casi se podría afirmar que un 80% de la cinta tiene ese formato. El problema es que, como decíamos, se utiliza mayoritariamente de noche y, por mucha alta definición que tenga, el resultado es aún muy granuloso y con una paleta de colores bastante extraña. Si a esto le unimos que el directo abusa de la cámara en mano por aquello de darle realismo, aire documental y todas esas cosas que se suelen decir en estos casos, el resultado es un auténtico dolor de cabeza de película, incómoda de ver y que llega a crispar los nervios por la manía del director de acercar tanto la cámara a sus personajes, y encima con tembliques. Un caos. Estoy convencido que si el mismo guión con los mismos actores e, incluso, los mismos planos, hubiera sido filmado con una cámara normal y mayor pulso, a lo mejor mi opinión acerca de la cinta sería mejor.

Comprendo el potencial de estas cámaras, pero creo que aún les queda mucho por mejorar en lo que a su definición se refiere, especialmente en condiciones de poca luz. Lo que para mí no es de recibo es que una superproducción de esta clase parezca que está rodada con una vieja cámara VHS o con la función video de un teléfono móvil.

Tampoco ayuda que la historia al final sea tan tópica y sin novedades: otra película más en la que un policía se infiltra en la red criminal (en este caso narcotraficantes) y se enamora de la chica. Por supuesto, también tenemos esos momentos que tanto gustan al Hollywood facha, en los cuales los protagonistas deciden tomarse la justicia por su mano. En este sentido, Mann intenta ser realista con la violencia (la manera de filmar los tiroteos se asemeja más a un noticiario que a una película de ficción, y el sonido de las armas es el de verdad, no está embellecido como en otras cintas), pero al final cae en lo de siempre: a los malos más malos se les reserva una muerte mas violenta y virulenta, para que la venganza de los protas quede más remarcada.

En cuanto al reparto, reconozco que no le pillo el punto a Colin Farrel. No entiendo cómo ha logrado trabajar con tantos directores de prestigio, ya que no le veo ni especialmente bueno como actor (tampoco digo que sea malo, ojo), ni especialmente guaperas. Es más, en esta cinta, cada vez que lo veía no podía evitar pensar “dios mío, Colin, lávate esos pelos de una maldita vez”. Jamie Foxx, que hace de Ricardo Tubbs, apenas es una sombra al lado de Farrell, ya que no le han dado chicha a su papel. Se limita a acompañar al protagonista, decir “sí” y “no” un par de veces y, al final, convertirse en un matón. Nuestro Luís Toar, como villano de la función, sabe muy bien poner cara de intenso y de medio loco en las cuatro escenitas que le han dado. A Gong Li la noté despistadilla, pero es lógico si tenemos en cuanta que tuvo que memorizar fonéticamente sus diálogos ya que ella no habla inglés.

Este film, en suma, es un guión tópico ahogado por el estilo, cuyas pretensiones de ser sofisticado, intenso y dramático son tan exageradas que acaban por resultar ridículas. Hay un momento significativo: la policía acude a la mansión de uno de sus soplones para obligarle a que éste llame a un narcotraficante colombiano y así facilitar que Sonny y Ricardo se infiltren en sus filas. Durante esa conversación, Mann se saca de la manga un plano de Colin Farrell con cara de extasiado mirando por la ventana, y el contraplano correspondiente, del océano placido y hermoso. Y uno se queda a cuadros, pensando en qué carajo pinta eso en medio de la escena. ¿Un intento de dar a entender que Sonny, en el fondo, es un tipo sensible que anhela la libertad y tal? Más bien una cursilada con el fin de hacer bonito.

Pero lo peor que se pude decir de esta película es que aburre soberanamente. Y eso, en una cinta supuestamente inspirada en un show televisivo que destacaba por su amenidad, es imperdonable.

12 septiembre 2006

Reseña: Alatriste

Tras el estreno de esta cinta, la más cara de la historia del cine español, se ha producido una de esas situaciones de polarización entre el gusto del público y el de la crítica. Así, en foros sobre cine, los "anónimos" espectadores tienden, en general, a despotricar contra la cinta dirigida por Agustín Díaz Yánez, mientras que la prensa la alaba sin reservas.

No es que quiera ir de salomónico por la vida, pero en este caso no creo que ninguno de los extremos sea acertado. Alatriste no es una obra maestra y tiene algunos problemas serios, pero tampoco es ese bodrio que se clama a los cuatro vientos. Me inclino a pensar que es una buena película, que se quedó a las puertas de ser una auténtica maravilla.

Alatriste tiene un reparto ajustado casi al 100%. El "casi" viene por dos cuestiones: Blanca Portillo y la voz de Viggo Mortensen. Puede que a Díaz Yánez la idea de que el inquisidor Bocanegra lo interprete una actriz le parezca atrevida, pero por mucho que se empeñe la esforzada actriz, nunca convence de que es un hombre, sino una mujer disfrazada de manera algo ridícula (lo cual es un problemón, porque se supone que es un personaje que debe meter miedo). Para colmo, su voz es muy femenina, así que no veo qué hace una actriz casi siempre excelente interpretando un papel que cualquier actor de mediana edad podría haber sacado adelante sin mucho esfuerzo.


En cuanto a Viggo Mortensen, hay que decir que sui interpretación es espectacular: tiene el porte, la actitud y la mirada de Alatriste. Además, su imagen con esa capa enrollada y ese sombrero raído es desde ya todo un icono, lo cual es algo sorprendente en una cinematografía como la hispana, cuya naturaleza eminentemente verborréica es poco dada a la creación de imágenes con pregnancia. Pero su acento a veces delata su origen extranjero. Es cierto que una vez metidos en la historia, casi no nos damos cuenta de que Viggo, más que interpretar sus líneas, las farfulla. Pero de vez en cuando suelta una sílaba más brusca de lo normal que, por lo menos a mí, me saca durante unos instantes de la película. Aún así, hay que decir que Mortensen tiene mejor dicción que alguno de sus compañeros de reparto, muy españoles ellos. Así que una cosa compensa a la otra.


El resto del elenco está seleccionado, sobre todo, en función del físico. Quizá conscientes de que no había tiempo para desarrollar bien a tanto personaje, se ha optado por actores que puedan incorporar al primer vistazo los elementos esenciales de la personalidad de cada uno: así, Eduard Fernandez y Antonio Dechent, los camaradas de Alatriste, transmien que son hombres duros, primarios y con mucho sufrimiento detrás; Eduardo Noriega tiene un físico de niño bonito idóneo para hacer de Grande de España, mientras que Enrico LoVerso aporta todo el misterio que exige su Malatesta. Quizá Unax Ugalde, el pupilo del protagonista, tenga un físico demasiado contemporáneo para el papel, aunque el actor hace un trabajo notable.


En cuanto a las féminas, aportan unas interpretaciones correctas, sin grandes alardes pero sin grandes defecto. La peluca de Aridana Gil chirría un poquito, y choca ver el desnudo gratuito de Elena Anaya (que por lo demás tiene un cuerpo precioso). Esta claro que si en una película española no enseñan una teta, no es española d everdad… Por cierto, me da que el señor Pérez Reverte tiene un ramalazo misógino o alguna señora le hizo algo en el pasado, pues ambas mujeres resultan ser unas seductoras traicioneras, y a una encima la castiga encerrándola en un hospital para sifilíticas.

El punto fuerte de la película es la atmósfera creada gracias a la conjunción de una fotografía, decorados y vestuarios perfectos. El cámara Paco Femenía se inspira en Velázquez, Ribera y Caravaggio pero sin llegar al esteticismo vacuo. Y la dirección artística de Benjamín Fernández logra superar un escollo atávico del cine español: que los actores parecen disfrazados y los decorados canten a cartón piedra. Aquí todo respira verismo, e incluso se emplea el vestuario para algo más que el mero atavío de los actores: por ejemplo, cuando los españoles reciben a los embajadores ingleses, éstos aparecen vestidos con coloridas galas, mientras que los hispanos van de riguroso negro. Con esa confrontación de vestuarios se dice mucho acerca del carácter de ambos imperios sin necesidad de que nadie hable.

La película debería llamarse Alatriste: historia de un soldado, pues esta es la verdadera naturaleza de la película, ilustrar la perra vida de un soldado cuyo valor es malpagado y cuya vida es un cúmulo de desdichas, unas buscadas por su propio estilo de vida pendenciero, pero otras simplemente fruto de las desigualdades sociales de la época. Un punto a favor del film es que no hay ni buenos ni malos, aunque el espectador, por deformación, tienda a hacer esas asociaciones.

El propio Alatriste es un asesino a sueldo, un auténtico cabrón que no duda en asesinar a sus camaradas para lograr cumplir un encargo. Es el protagonista, y aunque su valentía está más que demostrada, no merece el calificativo de héroe, sino el de superviviente. Es interesante el personaje de Malatesta, ya que de alguna manera es otro Alatriste, un espejo en el que el protagonista se refleja. Es su enemigo y es cruel, pero no es moralmente inferior. De hecho, el gesto final del personaje denota que el propio italiano, a pesar de su antagonismo, reconoce a Alatriste como un igual.


Otro aspecto interesante es el retrato de la guerra que se hace en el film: sin brillantez, sin heroismo, algo asqueroso y hediondo. El director no se corta la ahora de mostrar la sangre, para dejar claro que las batallas del siglo XVII eran algo feo y virulento. Al igual que los duelos a espada: frente a las circenses coreografías de otras cintas, aquí son cortos y expeditivos.


Los críticos entusiastas han abrazado el mensaje y el espíritu de la cinta sin reservas, lo cual les ha permitido disculpar algunos errores que, sin ser garrafales, quizá podrían haberse corregido y así contar con un mejor film. El primero de ellos es tanto de montaje como de guión: la cinta quiere contar tantas cosas y acerca de tanta gente, que muchas veces avanza a saltos no muy bien hilvanados. Abundan los personajes que apenas vemos en dos escenas y sin embargo resultan ser muy importantes par los otros personajes, pero no para un espectador que si apenas ha tenido tiempo de asimilarlos, menos aún de empatizar con ellos.

Da la sensación de estar presenciando uno de esos montajes que hacen a partir de una serie de televisión más larga, que al reducirse para la gran pantalla queda cojo por todos los lados. Así que en este punto, la cosa es bien sencilla: o depuraban el guión aún más, quitando toda la paja posible y centrándose solamente en un núcleo de personajes más reducido, pero más desarrollado, o bien alargaban el metraje de la cinta, y ampliaban un poco más todas esas pariciones que con el montaje actual se quedan cortas. El problema es que la cinta, con dos horas y veinte de duración, ya es de por sí larga, por lo que aumentar aún más su metraje podría ser una locura desde el punto de vista comercial.

Otro fallo (que en mi opinión es menor y se le ha dado más importandcia de la que merece) es que, a pesar del amplio presupuesto con el que se ha contado, hay escenas de batalla que denotan cierta pobreza de medios. La carga final se supone que es multitudinaria, pero apenas acertamos a ver a cincuenta extras amontonados. Otra escena, la batalla nocturna en el galeón, adolece de la falta de un plano o dos desde el exterior que demuestre que efectivamente es un barco en el mar… y no un decorado (que es lo que parece en el film). Quizá en estas escenas, una mínima inversión en efectos especiales podría haber ayudado.


Creo que el marketing de la cinta ha tenido mucho que ver en el desprecio del aficionado medio: en la prensa se nos ha anunciado a bombo y platillo que esta es la película de los 24 millones de euros del cine español, y que su reparto, presidido por una estrella internacional, lo conforman algunos de los nombres más interesantes del panorama nacional. Y claro, toda esa idea de lujo se desvanece cuando vemos que la cinta es sucia, desesperanzadora, oscura y para nada glamourosa.


Por otra parte, en los trailers se ha hecho hincapié en las escenas de duelos y batallas, que haberlas haylas, pero no son ni mucho menos lo más importante del film. Así, el espectador medio ha ido al cine a ver algo que le anunciaban como lo último en aventuras de capa y espada, y se encuentra con un pesimista retrato del siglo XVII español en plena decadencia. Quien busque diversión palomitera va a llevarse un buen chasco y a salir muy deprimido del cine, pues es una cinta muy, muy triste. Lo cual no quiere decir que sea mala: precisamente su acierto es saber transmitir ese aire crepuscular y decadente a toda la historia.


En suma, si se hubiera vendido Alatriste como lo que es (un drama de época tenebrista, violento, realista pero con un punto épico/ romántico), y no como El señor de los anillos 4, a lo mejor muchos de esos espectadores furibundos no se habrían sentido decepcionados. En este sentido, hay que tirarles de las orejas a los publicistas de la cinta, ya que han dado información engañosa. Vale… es verdad: todos los trailers la dan. Pero no sé hasta que punto ha sido contraproducente: con su campaña resaltando la épica y el glamour, lograron que se llenaran los cines la primera semana… pero están fomentando que el boca a boca mate lentamente una cinta que, recordemos, necesita ser un bombazo para ser rentable.

(Foto: Noriega y Mortensen dialogan animadamente)

08 septiembre 2006

¿Príncipe de Asturias... o TP de Oro?

La pregunta es pertinente, ya que los premios Príncipe de Asturias cada año que pasan están más despistados. Yo mismo me alegraba de la victoria de España en el mundial de baloncesto, poro creo que darle este galardón es pelín desorbitado, aunque no tanto como la cagada del año pasado, que se lo dieron a Fernando Alonso cuando ni siquiera había ganado el mundial de automovilismo.

Además, se está creando una dinámica perversa que va en contra del espíritu del premio: no hay que premiar solamente a deportistas españoles, pues se supone que son premios con vocación universial. Y si somos fríos, veremos que los meritos de la selección no son fuera de lo común en el contexto global, pues ser campeón del mundo le sucede a un equipo cada cuatro años, no es extraordinario. Es fuera de lo común para un equipo español, pero entonces denle el Premio Nacional del Deporte o algo similar, pero dejen el Príncipe de Asturias en paz.

Lo peor es oír que los otros candidatos eran André Agassi y Rafael Nadal: cada día está más claro que estos premios buscan cada año un par de agasajados con perfiles altamente mediáticos. Se supone que a los premiados los elige un jurado que estudia detalladamente todos los dossier de los candidatos que les llegan… ¿Ustedes se lo creen? España ganó casi la víspera de que se fallaran los premios. O sea, que ni deliberaciones, ni dossieres ni mandangas.

Hace un par de años, recuerdo que se lo dieron a la escritora de Harry Potter… ¡a la Concordia! Al parecer, porque su obra unía a los niños de todo el mundo. Más bien la razón era: “Vamos a dárselo a esta tía, pa que hablen de nosostros hasta en Al Yazira” ¿Pero qué le damos? El de artes y literatura es muy fuerte, ¿no?”.

Nada, que de aquí a unos años, ya me veo la gala en Oviedo presentada por Paula Vázquez y Andreu Buenafuente, dándole a Paris Hilton el premio a la Cooperación Internacional…
Boicotean a Rubianes

Pepe Rubianes ha tenido que cancelar una obra escrita y dirigida por él a causa de los continuos abucheos que interrumpieron en repetidas ocasiones la primera representación del texto. ¿Fue a causa de la obra en sí? No: ésta era un homenaje a Federico García Lorca, en la cual se recopilaban diferentes textos escritos sobre el poeta. La razón es la figura del propio Rubianes, que se ha convertido en la diana favorita de la derecha carpetovetónica desde que hizo una ciertamente desafortunada intervención en la televisión catalana el pasado enero.

En dicha intervención, Rubianes manifestaba estar “hasta los cojones” de la “puta España”, la cual, por cierto, “le sudaba la polla”. Véanlo aquí:




Vayamos por partes: particularmente, no me gusta nada el tono de Rubianes, ni él me cae especialmente bien. La grosería per sé no creo que deba ser motivo de aplauso.. Que sea más nacionalista o menos es secundario, a mi me la reflanflinfla. Es una pura cuestión de formas, y además, hay que considerar que ese programa se emitía en horario infantil (lo cual suena a cursilada pero realmente es muy serio: nos da igual lo que diga la gente a las cinco de la tarde en la caja tonta, pero luego nos extrañamos de que nuestros hijos cada vez sean más maleducados) De hecho, el consejo de lo Audiovisual de Cataluña ya emitió un comunicado contrario a la emisión, que obligaba a sus responsables a disculparse pues en ella “se formularon unas opiniones y expresiones sobre la unidad de España que, por su tono, resultaron ofensivas para segmentos de audiencia".

Pero entiendo en parte a qué se refería Rubianes. Hay que recordar que por esas fechas estaba en pleno apogeo todo el asunto del estatuto catalán. Durante meses y meses se hablaba de que si España se fragmentaba, de que si era el fin de la nación y blablablá. Y creo que es lógico que a mucha gente tanta exaltación nacionalista le haya acabado saturando. Repito que las maneras en que lo expresó no son precisamente loables, pero también hay que recordar que ese es el estilo de humor que ha hecho célebre al cómico.

Repasen el video: no vi que nadie en el plató se escandalizara. De hecho, fue jaleado por el público, tal y como muestra el realizador en una breve panorámica. El presentador hasta le ríe la gracia. Y en último término, se supone que estamos en un país libre: el señor Rubianes tiene perfecto derecho a que la polla le sude por la razón que sea, incluida España.

El caso es que desde entonces, el Rubianes affaire ha traído cola. Y el punto culminante es que un grupo de intransigentes le boicotea el estreno, hace que retire la función, pone en evidencia a Mario Gas (director del teatro donde se estrenaba), echa por tierra la labor de todo el elenco, y quien sabe si ha privado al público madrileño de un buen espectáculo.

Muchos dirán: si Rubianes tiene derecho a despotricar contra España, otros tendrán derecho a criticarlo a él. Sí, por supuesto, pero hasta cierto límite: Rubianes no se levantó en medio de un espectáculo a soltar sus burradas, como le hicieron a él; las soltó durante una entrevista en la cual se le preguntó expresamente por la supuesta fragmentación del estado.

Los detractores de Rubianes tiene todo el derecho del mundo a pedir que se cancele el espectáculo, a mandar correos electrónicos y cartas contra él, organizar manifestaciones delante del teatro, criticarlo ferozmente… pero abuchear dentro de la sala es una medida absolutamente reaccionaria. Lo peor es que los abucheos ni siquiera iban contra la obra, sino contra la figura de su director/autor. A Rubianes le espera un calvario, porque me temo que va a suceder lo mismo en todos los sitios que estrene.

Por supuesto, los políticos no han estado a la altura: la comunidad de Madrid ha mostrado su satisfacción por la suspensión de la obra. Repito: la obra trataba sobre Lorca, así que no veo yo que haya que mostrarse satisfecho por nada. Si acaso, se alegran de que le hayan hecho la puñeta la Rubianes, lo cual quiere decir que se está bendiciendo el veto a un ciudadano por razones ideológicas. Creo que eso es inconstitucional, ¿verdad? Las autoridades de un estado de derecho tendrían que hacer lo contrario: lamentar este atropello contra la libertad de expresión, y poner los medios que sean necesarios para preservarla. Pero eso sería mucho pedir de Esperanza Aguirre… (Y según Rubianes, el alcalde Gallardón tampoco ha estado fino).

La cuestión de fondo de todo esto es la crispación que reina en el ambiente, y comprobar cómo la derecha, que antes se reía de los pancarteros, se está haciendo poco a poco con la calle. No digo que la calle sea de la izquierda (no es de nadie, ni siquiera de Fraga), solamente que los medios más retrógrados están cada día más activos, mientras que los llamados progres están desaparecidos en combate (o peor aún: diciendo tonterías). Y lo que ha sucedido es peligroso, pues sienta un nuevo precedente de ciudadanos “bienpensantes” que derriban a artistas “incómodos”: recuerden que a Leo Bassi le pusieron una bomba por meterse con la iglesia. Si seguimos que la corrección política se apodere de las artes, apaga y vámonos.

Ciertos sectores sociales parece que estaban más a gusto cuando vivía Franco y había censura (algunos incluso querrían ir más atrás, cuando había Inquisición). Defienden su visión del mundo, pero cuando alguien propone una alternativa o una crítica a ésta, se ofuscan y lo arreglan con pedir prohibiciones. Hay gente que teme vivir con otras ideas, que no puede soportar que haya otras opiniones, que tiene la necesidad de destruir y acallar al otro. Y realmente la cosa es bien sencilla: si no te gusta algo, no lo veas. O incluso intenta convencer con argumentos a otros para que no lo vean. O crea una obra de réplica. Pero deja que los demás acudan si quieren. Eso es la democracia.

03 septiembre 2006

“España campeona del mundo” ya no es un oximoron

El replicante me dijo, para hacerse el guay: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser”. A lo que repuse: “No me impresionas, rubiales. Yo he visto a la selección española de baloncesto quedar campeona del mundo”. Y claro, lo dejé callado.

Porque que España gane algo en deportes es un hecho inusitado, casi milagroso y contrario a la lógica, la física y el propio lenguaje. Quitando a Induráin, siempre nos hemos tenido que conformar con ser unos honrosos rivales o unos buenos quintos puestos. Vale que Gervasio Deferr pega unos brincos de medalla de oro, o que los muchachos del waterpolo controlan lo suyo. Pero, sin restarle méritos a esas destacables proezas, España nunca ha logrado ser nada en uno de los deportes que mueven masas, que crean afición… hasta ahora.

Naturalmente, no espero que suceda lo mismo en fútbol. Tenemos la mejor liga del mundo, pero eso es porque los constructores que por hobby tienen adquirir equipos gustan de fichar a lo más granado del mundo, en detrimento de la cantera.

En cambio, en baloncesto es España la que comienza a exportar talentos. Tras el pionero Fernando Martín (que hizo más bien poco en su paso por la NBA, pero claro, destacar en la década de Magic Johnsosn, Larry Bird, Kareem Abdul Jabbar o Michael Jordan tenía tela), la generación de Pau Gasol ha abierto una veda que no creo que se vaya a cerrar pronto.

España es un país de hijos de puta: no han pasado horas desde la victoria y ya he leído y escuchado comentarios del tipo "ha sido suerte" o "a ver cuánto duran de campeones". Siempre he pensado que Caín tuvo que ser español, porque si hay algo que nos encanta, es ver como se decalabran los mitos. Disfrutamos haciendo leña del arbol caído. Así que antes de que mis compatriotas me encharquen la fiesta, me voy a permitir disfrutar de todo esto.

No soy un gran aficionado al deporte, no sigo ninguna liga de nada ni soy forofo de club alguno. Pero esto es un blog sobre cosas que se ven y se oyen. Y hoy he visto algo que nunca pensé que vería. Y me alegro mucho, la verdad.

(Foto de Agencia EFE)